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domingo, 28 de agosto de 2016

RECUERDOS DEUSTUANOS

Nostalgia del tiempo escolar
Puede que tus recuerdos se mecen al viento como con el capricho de la hojarasca. Pero dejan un tenue rastro allí, justo detrás de tus pasos. 


Recuerdo un tiempo, un lugar. Un estado de ánimo, una marcha detenida en los músculos por el imperio de un ayer. Recuerdo un ceremonioso saludo a la altísima bandera, una sinfonía que escuchabas en el pecho. La desdicha de mi sombra alargada en el patio menguando por la luminosa voracidad del sol, las manos de una madre todavía ausente en las mejillas. Recuerdo la trémula vela resguardada en un farolito que no se apagaba nunca en aquel paseo de antorchas, esa vehemente hora de salida que tardaba siempre. Los ojos de esa niña rubia, mi cabizbaja mirada en una loseta enamorada. Una minúscula chapita de bebida gaseosa por todo balón, una borroneada hoja por toda tarea. Recuerdo un tiempo, un lugar. Aquella columna en que abracé mis miedos, la sabia telaraña en que se arrinconó mi adiós. Ese micrófono dilatando la orden, el agua en los labios empequeñeciendo mi sed de los recreos. Recuerdo la tiza deshaciéndose en una nube de efímero polvo, la rencorosa cicatriz por esa herida en el patio que me acompañará en mi funeral. El domingo con sus devotos rezos para que no amanezca el lunes, la plomiza melancolía decolorándose en mi viejo uniforme. Recuerdo haber vivido la vida literalmente tras la trepidante luna de mi movilidad escolar y lo mucho que se parecen los ochos a los gatos y a los laberintos. Haber subido a toda prisa las gradas y estar arriba, bajar todavía más rápido y decirme con insólita añoranza: pensar que hacía poco estuve por allá. Recuerdo un tiempo, un lugar. Recuerdo siendo niño haber sido hombre por un instante ante una sinuosa falda cadenciosa, lo mucho que duele crecer al borde de un algodón de azúcar. Lo fácil que nos resultaba designar: esta regla será mi espada; ese folder, mi escudo; mi manzana, la poción que me traiga de regreso a este mundo sensible, pero también recuerdo la angosta piedad de un látigo que en casa se sacudía feroz sobre mi temblorosa súplica. La calumniosa neblina que te hacía alertarte: ¡Cuidado, es Osores! al ver un flacuchento palo de escoba puesto de revés y que de esta infame manera en tu distorsionada retina subía vertiginosamente a la categoría de un muy dudoso inspector de la conducta deustuana. Recuerdo un tiempo, un lugar. El drama del mensaje en las alas de ese plumífero carroñero en la torre más alta patrullando el desenlace de la vida. La unánime escalera y su noble corazón de madera, el enigma de un examen sin corazón. Recuerdo a Grau que no terminaba de morir en esa lámina, el asombro tras un vidrio que custodiaba la emergente semilla en el fértil algodón entregándonos ese otro rostro del destino. La verde utopía de esa pizarra, las tres inauditas mitades de una ecuación. Recuerdo la esbelta verdad en los labios de aquel profesor, la bondad que le precedía al barredor. La promesa de fiesta por el chocolate aplazado en la lonchera, ese frágil avioncito de papel que llegaba adonde tú jamás podrías. Recuerdo mi carpeta con el reciente pesar de cuando fue árbol. Aquel fluorescente con ardua fe en las cadenas que lo sostenían del techo. El rectángulo de la ventana y todos sus por qué juntos. Los amigos que quise. Los amigos que perdí. Recuerdo un tiempo, un lugar...

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