Seguidores

domingo, 31 de julio de 2016

LA OTRA DESPEDIDA


Adiós a mi colegio
Cuando desaparece tu colegio piensas que tal vez fue más que las paredes de las que estuvo hecho. Tal vez, te dices, tiene la deformidad de tus propios recuerdos. 


Algunos dicen que fue un convento
otros, que un triunfo sindical,
incluso ya lo proclaman
proyecto inmobiliario
con el más filibustero de los entusiasmos.

Mi padres lo llamaban mi camino al éxito
seguramente yo, la prisión de mi infancia
cuando se dilataba el tañido de su campana.
La noche del día que lo abandoné
aquel, era por entonces un pañuelo consolando las mejillas
y en una pálida foto recuperada,
fue el periódico de ayer.
Si me lo preguntan ahora
con los adjetivos que puso en mis labios
diré sencillamente que es el tibio lugar
donde crecí y fui feliz.



Enigma de una tarea
que envejece en la barbilla
madre en la fruta
que arrullaron para ti en los recreos
mundial de fútbol
en la insólita redondez de una chapita de gaseosa
pizarra donde se bifurcaban día tras día
los quejumbrosos maderos de esta cruz llamada Tierra
casa marrón, verde y luego azul
en los caminantes que doblaban su esquina.


Patio de amores
en los brazos acodados en lo alto de su baranda
edén de la naturaleza que germina
debajo de las blusas
guarida de mataperradas
en las manos de desaforados uniformes plomizos
monedero en los bolsillos de su fiel barredor
herrumbre de primavera
que agoniza en los otoños.

Y es que cuando unos muros envejecen
como los del colegio Alejandro Deustua
la bruma del tiempo los convierte en todas las cosas.
Todas.
Hasta en el delirante drama
de un puñado de matarifes
con viscosos cilindros y trepidantes ejes
por todo corazón.

Rencorosa grieta en el hoyo de su ausencia
enmienda en un plano indolente
gesto en el taxista que busca lo que siempre halló
renglón en una reseña urbana
melancolía en el exalumno que abraza a su nieto
vago recuerdo en una memoria que claudica.
Tales sus otros rostros en el venidero espejo de los años.

Y ese implacable reloj
de lento trote y nulo perdón
le aguarda una profecía:
entre piedras innobles
el Alejandro Deustua aferra
la última marchita rosa
que un suspiro legó.
Y bajo el cielo de Magdalena
con la próxima brisa
ya no sabrá si fue blanca o roja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario